Por si aún hay alguien que no se haya enterado: Europa tiene dos poderosos enemigos fuera y quintacolumnas dentro. Para la Rusia de Putin, Europa es un estorbo en sus apetencias de volver a recuperar el estatus territorial conseguido tras la Segunda Guerra Mundial. Para Putin Europa no debe desarrollar sus posibilidades económicas y de defensa que oscurezcan las ambiciones rusas. Así que actuará como enemigo declarado tratando de debilitar y quebrar a Europa. El otro enemigo externo son los Estados Unidos de América. El anterior amigo americano ha dejado de ser amigo. Ya no lo es ni lo volverá a ser, aunque desaparezca Trump. Trump quiere olvidarse de Europa porque se creó la Unión para fastidiar a los Estado Unidos, en su versión demagógica y porque sus intereses económicos nacionales y personales se sitúan en Oriente. Europa, según han manifestado algunos de sus secretarios de estado, se pasa la vida llorando, pidiendo que sean otros quienes resuelvan lo que ellos no saben resolver. Tampoco le interesa un mercado económico y financiero europeo que pueda plantar cara a los movimientos estadounidenses. Y por último se sitúan los países del interior de Europa y los partidos políticos que no quieren una Europa unida y fuerte. Suelen ser partidos de ultraderecha y aislacionistas. En consecuencia, Europa se encuentra sola para hacer frente a todas las batallas que se presentan por parte de quienes desde el interior se sienten antieuropeos y con unos enemigos exteriores muy poderosos dispuestos a lo que haga falta.
Los partidos de ultraderecha europeos son los más beligerantes contra la unión y fortalecimiento de Europa. Aunque lo más inquietante, al menos desde mi punto de vista, es el despiste de la izquierda en torno a los nuevos escenarios de una Europa con un poderoso enemigo a las puertas y con un viejo amigo que se ha cansado de su amistad de años. Por eso no es comprensible que una parte de la izquierda siga abonada a los postulados de los años sesenta y setenta. A un pacifismo irredento y utópico que considera que es posible vivir en un mundo tan angelical como irreal. A la izquierda europea, ante la abdicación de los partidos de derechas, le corresponde pelear y luchar por lo que llamamos valores occidentales. Frente a los modos autocráticos de Rusia y Estados Unidos, a la izquierda le toca reforzar la democracia. Es su misión en el momento presente. Sin democracia no son viables valores como igualdad, libertad, fraternidad, Estado social y de derecho. De ahí la importancia de un reforzamiento del papel de Europa en la seguridad de sus miembros. En una Europa segura y fuerte no serían posibles los chantajes de Trump o de Putin. Una Europa democrática siempre será un peligro para los gobiernos antidemocráticos.
La derecha, más atenta a coquetear con la ultraderecha, se despreocupa de defender los valores del liberalismo occidental que prpugnaron tras la segunda guerra mundial. A la izquierda le toca establecer los planes de futuro para una Europa activa en los movimientos geoestratégicos que se están produciendo en nuestro entorno y que están dibujando un mapa diferente al actual. Por eso es incomprensible esa especie de nostalgia antibelicista obsoleta de la izquierda española. Si Europa no puede controlar sus territorios no podrá controlar su destino. Es imprescindible una soberanía en defensa y la ampliación y autonomía de la producción de nuevas tecnologías al servicio de un proyecto unitario. Esa, por primera vez en Europa, es la gran misión de futuro a la está que está convocada la izquierda europea. Claro que nos referimos a aquellas izquierdas que hayan sobrevivido a sus propias divisiones internas, a sus propias restricciones ideológicas y a las ofensivas contra ellas de la política actual.