He visto la procesión del Corpus desde diversas situaciones, desde diferentes lugares, desde distintos ángulos y la procesión siempre es distinta. Muta continuamente en su transcurrir manso. Es como un río o como un organismo vivo y adaptable. He seguido el recorrido de la procesión. De una calle a otra, de una plaza otra, de una temperatura a otra. Y se palpan los cambios, las emociones y el cansancio, sobre todo cuando el calor empieza a ser insoportable. Agua y abanico. Será más insoportable cuando el termómetro sobrepase los treinta grados. Habría que revisar la fechas. También he visto la procesión desde dentro. Más aburrida, casi no te enteras de nada. Solo tu espacio reducido y las expresiones y comentarios de los más cercanos. No se detectan sentimientos cambiantes, sensaciones sucesivas. También he visto la procesión desde balcones. En aquella procesión en la que se prohibió asistir a un ministro por una determinada ley. Hubiera sido una buena oportunidad para hacer cambios que despojaran a los rituales del Corpus de las contaminaciones del nacionalcatolicismo. Más cercana al sentido religioso que al espectáculo en el que se ha convertido. Ahora ya es otra cosa. Sirve para el lucimiento de algunos, para mensajes políticos de otros, para el postureo de muchos, para el exhibicionismo de la mayoría. Y me faltaba ver la procesión desde una silla. A ser posible alejado de los lugares más concurridos. Desde una silla la perspectiva es otra. Por cierto, lo que ahora es un negocio, antes fue una iniciativa del pueblo. Los vecinos de las calles por donde circulaba la procesión empezaron a poner sillas en la calle. Todo tipo de sillas. Más tarde atadas con cuerdas que trasmitían la visión de una cutrería provinciana. Después se convirtió en un negocio. Pero a lo que voy, desde una silla, en una calle estrecha y en pendiente todo es diferente. Saludas, te saludan, percibes gestos, expresiones, la devoción de unos pocos, la frivolidad de la mayoría. Hasta llegar al cenit: la custodia, vista desde abajo. Te aplana, te apabulla, te hipnotiza. Parece más grande de lo que es, deslumbra. Tras ella, lo que sigue no es igual. Sabes de qué va. Al final, habrás sumado a tu experiencia otra manera de ver y entender una procesión que, desde hace siglos, se repite en Toledo.