Editorial

Trump juega como un niño con bombas que amenazan a todos

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El ataque ordenado por el presidente norteamericano, Donald Trump, contra las instalaciones nucleares iraníes iba a tener respuesta. Era una entelequia pensar que Teherán no contestaría al fuego con fuego, entre otras razones porque la teocracia de los ayatolás se sostiene en el miedo que su población tiene a sus propios gobernantes que, en consecuencia, no pueden dar muestra de debilidad alguna. Trump actuó bajo el pretexto de que Irán posee o estaba a punto de poseer armamento nuclear. Recuerda mucho a aquella falsa historia sobre las armas de destrucción masiva que el Irak de Sadam Husein nunca tuvo, y cuesta entender que ante una amenaza contrastada de ese calibre el presidente de los Estados Unidos no pida permiso al Congreso para atacar un país soberano. Eso es lo que Trump no termina de entender. El tirano régimen iraní repugna, pero los Estados Unidos no pueden ser el juez mundial que decide violar la soberanía ajena a puro capricho o interés político, por más geoestratégico que sea. Eso es, precisamente, lo que se le critica a Putin por su indecente e ilegítima agresión a Ucrania. Si Trump puede demostrar que Irán ha desarrollado armamento nuclear, debe trasladárselo a su Congreso, a las Naciones Unidas y a sus socios en la OTAN con pruebas irrefutables, cosa que no ha hecho.

Lo que sí ha logrado el histriónico y temerario presidente norteamericano es que Irán muerda el anzuelo y, con su respuesta a golpe de misiles sobre las bases de EEUU en la región, justifique un ataque a gran escala que pretende emular el caso iraquí y deponer el régimen en Irán, una guerra abierta y total de consecuencias impredecibles que arrastrará al planeta a una situación de inestabilidad duradera.

Cuenta Trump con un poderoso aliado en la zona, Israel, que perpetra su particular genocidio en Gaza agitando el fantasma de los salvajes atentados de Hamás, que merecían una respuesta militar medida que ha devenido en un apocalipsis para la población civil palestina, y muy concretamente la gazatí. El mundo ha asistido atónito a los desmanes de Israel mostrándose estéril para frenarlos o, al menos, limitarlos, y Trump ha tomado buena nota de eso. Ahora, la estabilidad en todo Oriente Medio ha saltado por los aires sin que por el momento otras grandes potencias como Rusia, muy limitada por su estúpida y fallida invasión a Ucrania, o China hayan mostrado sus cartas. Occidente, con la UE en una destacada posición, parece conformarse con convertir en un puro balance económico la consecuencia de cualquier guerra, pero la de Trump no tiene fronteras y sus consecuencias pueden resultar dantescas para medio mundo. El medio mundo en el que está España.



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