A Tidiany Coulibaly, de 23 años, se le perdió el rastro en 2013 en Villacarrillo (Jaén), el mismo municipio en el que desapareció Ibrahima Diouf, de 31 años, en 2021. Ambos trabajaban para Ginés V.L., patrón sospechoso de haber acabado con sus vidas. Del primer caso fue absuelto por falta de pruebas y del segundo está pendiente de juicio, tras una investigación que aprecia demasiadas coincidencias y que llevó a cabo durante meses a Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil.
Un mes después de su puesta en libertad por la segunda de estas causas, la del varón senegalés, bajo fianza de 25.000 euros y con medidas cautelares, los agentes siguen teniendo en mente a Coulibaly, natural de Mali. Porque los investigadores, como recalcan en el atestado, consideran «un hecho sumamente excepcional» que se hayan producido dos desapariciones de temporeros en el mismo pueblo (tres en los últimos 25 años en la provincia jienense) y, además, en una vivienda a la que, por desavenencias laborales, el empleador les emplazó a acudir.
Tras sus pesquisas, la UCO concluye que ambos hechos y las circunstancias que los rodean no solo son extrañamente coincidentes, «sino que se trata de una réplica mejorada», con una reproducción del modus operandi» y el perfil de víctima.
Unas evidencias que podrían acorralar a Ginés V.L., quien estuvo en disposición de hacer desaparecer al jornalero senegalés de forma «organizada y metódica», con «un cierto grado de planificación» y un posterior «estado de alerta constante» y «actitud obstruccionista» a la investigación.
El empresario pudo haber acabado con la vida de Diouf el 5 de enero de 2021, justo cuando cesaron «de manera abrupta» e «injustificada» todas las interacciones del inmigrante, desde su teléfono móvil y redes sociales hasta su contacto con su entorno familiar -ya no envió dinero a su mujer y su hijo- y sus planes más inmediatos.
Entre ellos figuraba trabajar en Cartaya (Huelva) y abandonar sus labores de recolección de la aceituna para su patrón de Jaén, debido a las precarias condiciones laborales y de habitabilidad que tenía.
Así, según recalcan los investigadores, al empleador le contrarió la decisión del temporero, al que no quiso pagar la cantidad total que le debía, lo que Diouf no aceptó. Ginés V.L. lo consideró una provocación y lo emplazó a verse en una vivienda de Villacarrillo que compartían los jornaleros y que ese día estaba vacía. Una casa ubicada en una zona poco transitada y en una calle con apenas circulación, tanto de coches como de viandantes.
Entre las 16,07 horas de ese 5 de enero y las 19,16 horas los agentes sitúan el ataque mortal al senegalés y la inutilización de los terminales telefónicos, los cuales dejaron de emitir señales para siempre. Y fue en ese lugar donde se detectó la señal por última vez.
Después, el presunto autor -que pudo usar un arma de fuego- ocultó el cuerpo del temporero, su equipaje y todas sus pertenencias. A día de hoy, ninguno de los dos jornaleros desaparecidos han sido encontrados, con o sin vida.
incoherencias y falsedades. La Guardia Civil constata también «multitud de incongruencias, contradicciones y falsedades» en las diferentes versiones de los hechos del patrón. Asimismo, observan un desfase horario significativo en el relato que realizó el investigado y una sospechosa falta de memoria.
Creen, de igual modo, que tiene la forma física necesaria para acometer esos hechos, porque no en vano fue militar del Grupo de Operaciones Especiales de Ejército. A ello suman que conoce muy bien su entorno geográfico y tiene vehículos para llegar a lugares de más difícil acceso, donde podría haber ocultado el cuerpo de Diouf.
Y aunque no pudo ser intervenida, los investigadores dan por hecho la tenencia de un arma corta, porque en el techo de su garaje se halló munición en perfecto estado de los calibres 22 y nueve milímetros parabellum.
Nunca se encontró tampoco el jersey de color granate que Ginés V.L. llevaba ese día -como reflejan las cámaras- y no se descarta que pudiera limpiar el escenario del crimen, incluso un supuesto charco de sangre que una testigo dijo que observó en la acera de la calle de la vivienda donde supuestamente sucedieron lo hechos.
Por otra parte, el empleador temía que su madre le metiera en un «lío», como manifestó en varias ocasiones en las conversaciones interceptadas por los agentes. No decía el motivo, pero sí que tenía miedo a lo que su progenitora pudiera testificar y, por eso, le mandó ocultar una grabadora entre su ropa cuando fue llamada a declarar.
Incluso, la obligó a presentar una denuncia falsa contra los amigos del senegalés que pegaron carteles de SOS Desaparecidos, aduciendo que tres de ellos habían entrado en su casa y le habían dado patadas y puñetazos en el suelo.
Finalmente, durante la investigación, la Sección de Análisis y Comportamiento Delictivo de la UCO realizó informes técnicos sobre el empresario, del que concluyeron que presentaba «baja tolerancia a la frustración y gran inestabilidad emocional». Otro rasgo conductual apuntaba a un racismo exacerbado. De hecho, él mismo se calificaba abiertamente como racista y llegaba a referirse a los extranjeros como «mugre» y «roña».